Una noche regresando del trabajo mientras esperaba que el semáforo cambiara a verde y me perdía en pensamientos vagos, llamó poderosamente mi atención un joven de esos que entretienen a los conductores con alguna que otra acrobacia mal remunerada. Y digo llamó por que esta vez aunque era un “acto conocido” la situación se torno interesante. El joven en cuestión se colocó delante de la fila de autos impacientes y empezó a arrojar pelotas flameantes por los aires “haciendo malabares extremos” con sus manos desnudas, mientras un compañero esperaba el momento exacto para lanzarle otras haciendo de sus acto una verdadera tortura.
Mis ojos que parecían adormecidos debido a lo extenuante del día, se reabrieron y se mantuvieron así por un largo rato, pero lo mas “increíble” para mí fue al escuchar que el compañero del “arlequín” se rehusaba a lanzarle más bolas porque sabía que se estaba quemando y que ya no podía mas, pero este le rogaba o más bien le exigía hacerlo gritando: ¡Vamos que si puedo vamos!
El espectáculo circense termino al cambiar la luz y solo pocos colaboramos con “las estrellas callejeras”.
Lo que pude sacar de esa experiencia, además de unas graves quemaduras de segundo grado, es el compromiso que siente una persona cuando quiere lograr un objetivo “cueste lo que le cueste” a veces las cosas que para algunos parecen tonterías para otros lo son todo.
¿Cuántas veces hemos sido como aquel “malabarista” tratando de sostener una situación o problema mientras la vida se encarga de arrojarnos más pelotas?
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